domingo, 3 de junio de 2012

La gripe



He estado más de una semana sobrellevando una gripe traicionera, que llegó sin avisar el fin de semana pasado, lo que me ha impedido escribir en este diario virtual algunas palabras en español, que llegan a mi cabeza y se van rápidamente si no consigo atraparlas en la pantalla del ordenador.

Cuando estaba tremendamente "gripado" pensé en escribir algo sobre esta enfermedad invernal y febril, pero mis neuronas estaban tomando antipirona y apracur y se negaban a pensar en nada. Entonces recordé al escritor Juan José Millás y busqué en google algún artículo suyo sobre este tema para leerlo en las clases de español y de casualidad descubrí que la primera columna que escribrió en el periódico el País el 23 de febrero de 1990 se titulaba así: "La gripe". Espero que os guste.


La gripe viene de Asia; los fantasmas, del armario; el terror, de las sombras. La gripe es un proceso. Un día, después de comer, empiezas, a mirar las cosas con cierta extrañeza. Te parece que tus compañeros de trabajo se mueven a una velocidad excesiva; además, no tienen frío, mientras que tú, desde hace dos o tres horas, sientes en la espalda -tan deshabitada habitualmente- un movimiento especial, como si alguien hubiera abierto una ventana a la altura de los riñones. Los muebles del despacho son opacos; no comunican nada, excepto esta voluntad intransitiva. En la calle, los coches y la gente arrastran una pesadez mortal. Parecen manejados a distancia por un mecánico poco hábil. A lo mejor no te has dado cuenta todavía de que tienes fiebre, pero lo cierto es que las articulaciones de tu cuerpo han empezado a enviar leves mensajes de aflicción que se traducen en un estado de ánimo que tiende a la indiferencia. Al acostarte, te has encogido con placer y tu mujer te ha dicho que estás ardiendo. Estás ardiendo. Mañana tenías un compromiso importante y te hace gracia pensar que el compromiso no te importa nada, como el resto de la realidad.Los huesos todavía no te duelen demasiado, de manera que fantaseas con que vas a poder leer. Tres días de cama, dos novelas. No acabas de coger el sueño, ahora estás algo excitado. Haces un repaso de la semana y te sorprendes de la pasión que has puesto en placeres absurdos, perecederos. Te duermes y sueñas los pasos de tu madre en el pasillo. Eres un niño y el mundo no depende de ti. Puedes ser irresponsable y eso te proporciona un latigazo de felicidad. Te encoges un poco más y notas los dedos de tu madre en la frente. Algo así no puede venir de Asia; tiene que proceder de lo más hondo de uno mismo, como los fantasmas que parecen salir del armario, como el terror que emerge de las sombras. En fin.

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