martes, 10 de julio de 2012

Manuel Vicent & Umbral


























Los dos han hecho de la columna del periódico los mejores diez minutos invertidos del día. La última página del periódico siempre era la primera. Los dos han escrito la novela poética de la realidad.


El Cultural, Viernes 7 de Febrero de 2001

Los columnistas: Manuel Vicent

Vicent encuentra su camino para el libro cuando, en vez de ambicionar parábolas cósmicas, llega a la humildad de contar lo suyo, lo provinciano, lo adolescente. Como todos. Uno, que ya no cree en casi nadie, cree en Manuel Vicent.

FRANCISCO UMBRAL


Mediados los sesenta, Cela había sacado un premio de novela para jóvenes, el Alfaguara (luego dicen que sólo se ocupa de sí mismo) y el primero o el segundo en ganarlo fue Manuel Vicent, un valenciano que presentaba “Pascua y naranjas”, con cierta resonancia de Arroz y tartana en el título. Resonancia fonética, digo, y no de contenidos. Ganado el premio, Vicent se vino rápido al Gijón, como tantos ganadores de premios y accésit, cual el andaluz Antonio Hernández, que se vino a conquistar Madrid con su accésit del Adonais, El mar es una tarde con campanas, un sombrero de paja de segador hondureño, una mella en un diente y un olor a ferrocarril humano que tiraba para atrás.

Pero “Pascua y naranjas” no triunfó mucho, porque tenía más estilo que acción, y por eso mismo me interesó a mí. Vicent, calvo y joven, judío de ojos claros, experto en pintura, irónico y gélido, intentó varias cosas -una sección de humor en el Madrid que tampoco funcionaba-, y su gran amigo era un asturiano que publicó, también en la Alfaguara de Cela, una admirable biografía del cura Merino, el regicida.

Durante algún tiempo creíamos, los legitimistas del café, que el bueno era el biógrafo de regicidas, pero el talento de Vicent estaba virgen, capullo de un gran idioma, inicio de un gran prosista. Ahora que Vicent no necesita presentación, como dicen en provincias, yo voy a presentarle. Viajamos juntos a Portugal, cuando la revolución de los claveles, y nos tocó una habitación de dos camas en el hotel:

- ¿Tú crees que sólo con esto de las columnas se puede quedar, Umbral?

Porque él ya estaba fichado como eficaz columnista. Luego pasa a El País, a Hermano Lobo, sugestiona a Madrid con su prosa y gana el Nadal con una novela más ambiciosa de concepción que de realización. Yo pensaba que Vicent tenía su gran camino en la autobiografía, pero allá cada cual, que se estrelle con su madre. Eso hay que saber verlo con tiempo. En sus primeros libros valencianos, mucho más tarde, aparece el prosista sin costumbrismo que se inscribe en la tradición levantina de la estampa: Azorín, Miró, incluso Blasco Ibáñez, y desde luego Sorolla. Sólo que Vicent, en cada columna de El País, pasa de la estampa azoriniana por el surrealismo, el tremendismo, la prosa basura de los jóvenes y más cosas. Total, un pedazo de literatura para grabar a la puerta de las escuelas.

Trabajé en equipo en el Triunfo mensual y agonal, y Haro, a partir de un tema, nos proponía cinco folios a cada uno. Vicent solía entregar folio y medio. Esto no es peyorativo, porque Azorín me confesó en su última entrevista que él era hombre de un folio.

Pero la eclosión de Vicent se produce en Hermano Lobo, donde él encuentra su molde perfecto y ajustado: humor, sorpresa verbal y violencia ideológica (contra el viejo régimen).

Amo a Vicent porque hemos tenido las mismas revistas y las mismas novias. La otra tarde me lo encontré en el bar del Palace y fueron dos laconismos encontrados, pero ahí estaba todo, nuestra nueva coincidencia por arriba. “Las montañas se comunican por las cumbres”, dijo Nietzsche.

Vicent encuentra su camino para el libro cuando, en vez de ambicionar parábolas cósmicas, llega a la humildad de contar lo suyo, lo provinciano, lo adolescente. Como todos. No hay libro más lozano que “El camino” de Delibes o “La Alcarria” de Cela. Primero la frescura y luego la reflexión. Pero no dejemos atrás la frescura, sin expandirla y cantarla. Más tarde encuentra Vicent la alegoría lírica, se sumerge en el Mediterráneo incontable y hace “la novela poemática”, que es otra de las salidas del escritor poeta. Hoy no se duda de la entidad literaria de Manuel Vicent, pero el género que mejor presenta y representa, por ser el más popular, es el columnismo. Como tal columnista viene hoy a esta antología del género, primero y vigente, preciosista en crudo, estilista de las quijadas de burro. Todas sus columnas suenan a la misma columna, pero eso es la música de la xiringa. En cada columna dice una cosa diferente y él, tan fenicio, mata a un moro.

Es el último escritor que tiene una tertulia en el Gijón, aunque yo creo que ya no va nunca. Tertulia de poetas, actores, pintores, escritores vanos y viejos amigos. La pintura es la ocasión “oficial” de Vicent (como entendido y erudito) y esto va bien con la calidad tectónica de su prosa, con la fuerza levantina de sus imágenes, con el volumen áureo y matinal de su palabra. Uno, que ya no cree en casi nadie, cree en Manuel Vicent como uno de los últimos monjes que va miniando el códice desordenado de la actualidad. Quizá la única tardanza de Vicent sea la pereza, pero eso le va muy bien, porque es el último y más bíblico pecado de un levantino universal.

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