lunes, 28 de octubre de 2013

Julio Cortázar: "Clases de literatura"



Cortázar con barba, enamorado de nuevo y explicando "su literatura particular" es un deslumbramiento para todos los cronopios que esperan y seguirán esperando a que aparezcan nuevos libros de este distinguido, querido, estimado, apreciado escritor... o simplemente "Pibe Cortázar", gracias por tu nuevo libro.

Aquí os dejo el primer capítulo del nuevo libro del escritor Julio Cortázar. Se trata de las transcipcioes de unas clases de literatura que el cronopio dio en algún momento del año 1980.

“Clases de literatura. Berkeley, 1980”. Carles Álvarez Garriga (ed.)
Julio Cortázar. Alfaguara. 2013


Primera clase. Los caminos de un escritor

Quisiera que quede bien claro que, aunque propongo primero los cuentos y en segundo lugar las novelas, esto no significa para mí una discriminación o un juicio de valor: soy autor y lector de cuentos y novelas con la misma dedicación y el mismo entusiasmo. Ustedes saben que son cosas muy diferentes, que trataremos de precisar mejor en algunos aspectos, pero el hecho de que haya propuesto que nos ocupemos primero de los cuentos es porque como tema son de un acceso más fácil; se dejan atrapar mejor, rodear mejor que una novela por razones obvias sobre las cuales no vale la pena que insista.

Tienen que saber que estos cursos los estoy improvisando muy poco antes de que ustedes vengan aquí: no soy sistemático, no soy ni un crítico ni un teórico, de modo que a medida que se me van planteando los problemas de trabajo, busco soluciones. Para empezar a hablar del cuento como género y de mis cuentos como una continuación, estuve pensando en estos días que para que entremos con más provecho en el cuento latinoamericano sería tal vez útil una breve reseña de lo que en alguna charla ya muy vieja llamé una vez "Los caminos de un escritor"; es decir, la forma en que me fui moviendo dentro de la actividad literaria a lo largo de. desgraciadamente treinta años. El escritor no conoce esos caminos mientras los está franqueando -puesto que vive en un presente como todos nosotros- pero pasado el tiempo llega un día en que de golpe, frente a muchos libros que ha publicado y muchas críticas que ha recibido, tiene la suficiente perspectiva y el suficiente espacio crítico para verse a sí mismo con alguna lucidez. Hace algunos años me planteé el problema de cuál había sido finalmente mi camino dentro de la literatura (decir "literatura" y "vida" para mí es siempre lo mismo, pero en este caso nos estamos concentrando en la literatura). Puede ser útil que reseñe hoy brevemente ese camino o caminos de un escritor porque luego se verá que señalan algunas constantes, algunas tendencias que están marcando de una manera significativa y definitoria la literatura latinoamericana importante de nuestro tiempo.

Les pido que no se asusten por las tres palabras que voy a emplear a continuación porque en el fondo, una vez que se da a entender por qué se las está utilizando, son muy simples. Creo que a lo largo de mi camino de escritor he pasado por tres etapas bastante bien definidas: una primera etapa que llamaría estética (ésa es la primera palabra), una segunda etapa que llamaría metafísica y una tercera etapa, que llega hasta el día de hoy, que podría llamar histórica. En lo que voy a decir a continuación sobre esos tres momentos de mi trabajo de escritor va a surgir por qué utilizo estas palabras, que son para entendernos y que no hay que tomar con la gravedad que utiliza un filósofo cuando habla por ejemplo de metafísica.

Pertenezco a una generación de argentinos surgida casi en su totalidad de la clase media en Buenos Aires, la capital del país; una clase social que por estudios, orígenes y preferencias personales se entregó muy joven a una actividad literaria concentrada sobre todo en la literatura misma. Me acuerdo bien de las conversaciones con mis camaradas de estudios y con los que siguieron siendo amigos una vez que los terminé y todos comenzamos a escribir y algunos poco a poco también a publicar. Me acuerdo de mí mismo y de mis amigos, jóvenes argentinos (porteños, como les decimos a los de Buenos Aires) profundamente estetizantes, concentrados en la literatura por sus valores de tipo estético, poético, y por sus resonancias espirituales de todo tipo. No usábamos esas palabras y no sabíamos lo que eran, pero ahora me doy perfecta cuenta de que viví mis primeros años de lector y de escritor en una fase que tengo derecho a calificar de "estética", donde lo literario era fundamentalmente leer los mejores libros a los cuales tuviéramos acceso y escribir con los ojos fijos en algunos casos en modelos ilustres y en otros en un ideal de perfección estilística profundamente refinada. Era una época en la que los jóvenes de mi edad no nos dábamos cuenta hasta qué punto estábamos al margen y ausentes de una historia particularmente dramática que se estaba cumpliendo en torno de nosotros, porque esa historia también la captábamos desde un punto de vista de lejanía, con distanciamiento espiritual.

Viví en Buenos Aires, desde lejos por supuesto, el transcurso de la guerra civil en que el pueblo de España luchó y se defendió contra el avance del franquismo que finalmente habría de aplastarlo. Viví la segunda guerra mundial, entre el año 39 y el año 45, también en Buenos Aires. ¿Cómo vivimos mis amigos y yo esas guerras? En el primer caso éramos profundos partidarios de la República española, profundamente antifranquistas; en el segundo, estábamos plenamente con los aliados y absolutamente en contra del nazismo. Pero en qué se traducían esas tomas de posición: en la lectura de los periódicos, en estar muy bien informados sobre lo que sucedía en los frentes de batalla; se convertían en charlas de café en las que defendíamos nuestros puntos de vista contra eventuales antagonistas, eventuales adversarios. A ese pequeño grupo del que formaba parte pero que a su vez era parte de muchos otros grupos, nunca se nos ocurrió que la guerra de España nos concernía directamente como argentinos y como individuos; nunca se nos ocurrió que la segunda guerra mundial nos concernía también aunque la Argentina fuera un país neutral. Nunca nos dimos cuenta de que la misión de un escritor que además es un hombre tenía que ir mucho más allá que el mero comentario o la mera simpatía por uno de los grupos combatientes. Esto, que supone una autocrítica muy cruel que soy capaz de hacerme a mí y a todos los de mi clase, determinó en gran medida la primera producción literaria de esa época: vivíamos en un mundo en el que la aparición de una novela o un libro de cuentos significativo de un autor europeo o argentino tenía una importancia capital para nosotros, un mundo en el que había que dar todo lo que se tuviera, todos los recursos y todos los conocimientos para tratar de alcanzar un nivel literario lo más alto posible. Era un planteo estético, una solución estética; la actividad literaria valía para nosotros por la literatura misma, por sus productos y de ninguna manera como uno de los muchos elementos que constituyen el contorno, como hubiera dicho Ortega y Gasset "la circunstancia", en que se mueve un ser humano, sea o no escritor.

De todas maneras, aun en ese momento en que mi participación y mi sentimiento histórico prácticamente no existían, algo me dijo muy tempranamente que la literatura -incluso la de tipo fantástico más imaginativa- no estaba únicamente en las lecturas, en las bibliotecas y en las charlas de café. Desde muy joven sentí en Buenos Aires el contacto con las cosas, con las calles, con todo lo que hace de una ciudad una especie de escenario continuo, variante y maravilloso para un escritor. Si por un lado las obras que en ese momento publicaba alguien como Jorge Luis Borges significaban para mí y para mis amigos una especie de cielo de la literatura, de máxima posibilidad en ese momento dentro de nuestra lengua, al mismo tiempo me había despertado ya muy temprano a otros escritores de los cuales citaré solamente uno, un novelista que se llamó Roberto Arlt y que desde luego es mucho menos conocido que Jorge Luis Borges porque murió muy joven y escribió una obra de difícil traducción y muy cerrada en el contorno de Buenos Aires. Al mismo tiempo que mi mundo estetizante me llevaba a la admiración por escritores como Borges, sabía abrir los ojos al lenguaje popular, al lunfardo de la calle que circula en los cuentos y las novelas de Roberto Arlt. Es por eso que, cuando hablo de etapas en mi camino, no hay que entenderlas nunca de una manera excesivamente compartimentada: me estaba moviendo en esa época en un mundo estético y estetizante pero creo que ya tenía en las manos o en la imaginación elementos que venían de otros lados y que todavía necesitarían tiempo para dar sus frutos. Eso lo sentí en mí mismo poco a poco, cuando empecé a vivir en Europa.

Siempre he escrito sin saber demasiado por qué lo hago, movido un poco por el azar, por una serie de casualidades: las cosas me llegan como un pájaro que puede pasar por la ventana. En Europa continué escribiendo cuentos de tipo estetizante y muy imaginativos, prácticamente todos de tema fantástico. Sin darme cuenta, empecé a tratar temas que se separaron de ese primer momento de mi trabajo. En esos años escribí un cuento muy largo, quizá el más largo que he escrito, "El perseguidor", que en sí mismo no tiene nada de fantástico pero en cambio tiene algo que se convertía en importante para mí: una presencia humana, un personaje de carne y hueso, un músico de jazz que sufre, sueña, lucha por expresarse y sucumbe aplastado por una fatalidad que lo persiguió toda su vida. (Los que lo han leído saben que estoy hablando de Charlie Parker, que en el cuento se llama Johnny Carter.) Cuando terminé ese cuento y fui su primer lector, advertí que de alguna manera había salido de una órbita y estaba tratando de entrar en otra. Ahora el personaje se convertía en el centro de mi interés mientras que en los cuentos que había escrito en Buenos Aires los personajes estaban al servicio de lo fantástico como figuras para que lo fantástico pudiera irrumpir; aunque pudiera tener simpatía o cariño por determinados personajes de esos cuentos, era muy relativo: lo que verdaderamente me importaba era el mecanismo del cuento, sus elementos finalmente estéticos, su combinatoria literaria con todo lo que puede tener de hermoso, de maravilloso y de positivo. En la gran soledad en que vivía en París de golpe fue como estar empezando a descubrir a mi prójimo en la figura de Johnny Carter, ese músico negro perseguido por la desgracia cuyos balbuceos, monólogos y tentativas inventaba a lo largo de ese cuento.

Ese primer contacto con mi prójimo -creo que tengo derecho a utilizar el término-, ese primer puente tendido directamente de un hombre a otro, de un hombre a un conjunto de personajes, me llevó en esos años a interesarme cada vez más por los mecanismos psicológicos que se pueden dar en los cuentos y en las novelas, por explorar y avanzar en ese territorio -que es el más fascinante de la literatura al fin y al cabo- en que se combina la inteligencia con la sensibilidad de un ser humano y determina su conducta, todos sus juegos en la vida, todas sus relaciones y sus interrelaciones, sus dramas de vida, de amor, de muerte, su destino; su historia, en una palabra. Cada vez más deseoso de ahondar en ese campo de la psicología de los personajes que estaba imaginando, surgieron en mí una serie de preguntas que se tradujeron en dos novelas, porque los cuentos no son nunca o casi nunca problemáticos: para los problemas están las novelas, que los plantean y muchas veces intentan soluciones. La novela es ese gran combate que libra el escritor consigo mismo porque hay en ella todo un mundo, todo un universo en que se debaten juegos capitales del destino humano, y si uso el término destino humano es porque en ese momento me di cuenta de que yo no había nacido para escribir novelas psicológicas o cuentos psicológicos como los hay y por cierto tan buenos. El solo hecho de manejar elementos en la vida de algunos personajes no me satisfacía lo suficiente. Ya en "El perseguidor", con toda su torpeza y su ignorancia, Johnny Carter se plantea problemas que podríamos llamar "últimos". Él no entiende la vida y tampoco entiende la muerte, no entiende por qué es un músico, quisiera saber por qué toca como toca, por qué le suceden las cosas que le suceden. Por ese camino entré en eso que con un poco de pedantería he calificado de etapa metafísica, es decir, una autoindagación lenta, difícil y muy primaria -porque yo no soy un filósofo ni estoy dotado para la filosofía- sobre el hombre, no como simple ser viviente y actuante sino como ser humano, como ser en el sentido filosófico, como destino, como camino dentro de un itinerario misterioso.

Esta etapa que llamo metafísica a falta de mejor nombre se fue cumpliendo sobre todo a lo largo de dos novelas. La primera, que se llama Los premios, es una especie de divertimento; la segunda quiso ser algo más que un divertimento y se llama Rayuela. En la primera intenté presentar, controlar, dirigir un grupo importante y variado de personajes. Tenía una preocupación técnica, porque un escritor de cuentos -como lectores de cuentos, ustedes lo saben bien- maneja un grupo de personajes lo más reducido posible por razones técnicas: no se puede escribir un cuento de ocho páginas en donde entren siete personas ya que llegamos al final de las ocho páginas sin saber nada de ninguna de las siete, y obligadamente hay una concentración de personajes como hay también una concentración de muchas otras cosas. La novela en cambio es realmente el juego abierto, y en Los premios me pregunté si dentro de un libro de las dimensiones habituales de una novela sería capaz de presentar y tener un poco las riendas mentales y sentimentales de un número de personajes que al final, cuando los conté, resultaron ser dieciocho. ¡Ya es algo! Fue, si ustedes quieren, un ejercicio de estilo, una manera de demostrarme a mí mismo si podía o no pasar a la novela como género. Bueno, me aprobé; con una nota no muy alta pero me aprobé en ese examen. Pensé que la novela tenía los suficientes elementos como para darle atracción y sentido, y allí, en muy pequeña escala todavía, ejercité esa nueva sed que se había posesionado de mí, esa sed de no quedarme solamente en la psicología exterior de la gente y de los personajes de los libros sino ir a una indagación más profunda del hombre como ser humano, como ente, como destino. En Los premios eso se esboza apenas en algunas reflexiones de uno o dos personajes.

A lo largo de unos cuantos años escribí Rayuela y en esa novela puse directamente todo lo que en ese momento podía poner en ese campo de búsqueda e interrogación. El personaje central es un hombre como cualquiera de todos nosotros, realmente un hombre muy común, no mediocre pero sin nada que lo destaque especialmente; sin embargo, ese hombre tiene -como ya había tenido Johnny Carter en "El perseguidor"- una especie de angustia permanente que lo obliga a interrogarse sobre algo más que su vida cotidiana y sus problemas cotidianos. Horacio Oliveira, el personaje de Rayuela, es un hombre que está asistiendo a la historia que lo rodea, a los fenómenos cotidianos de luchas políticas, guerras, injusticias, opresiones y quisiera llegar a conocer lo que llama a veces "la clave central", el centro que ya no sólo es histórico sino también filosófico, metafísico, y que ha llevado al ser humano por el camino de la historia que está atravesando, del cual nosotros somos el último y presente eslabón. Horacio Oliveira no tiene ninguna cultura filosófica -como su padre- y simplemente se hace las preguntas que nacen de lo más hondo de la angustia. Se pregunta muchas veces cómo es posible que el hombre como género, como especie, como conjunto de civilizaciones, haya llegado a los tiempos actuales siguiendo un camino que no le garantiza en absoluto el alcance definitivo de la paz, la justicia y la felicidad, por un camino lleno de azares, injusticias y catástrofes en que el hombre es el lobo del hombre, en que unos hombres atacan y destrozan a otros, en que justicia e injusticia se manejan muchas veces como cartas de póquer. Horacio Oliveira es el hombre preocupado por elementos ontológicos que tocan al ser profundo del hombre: ¿Por qué ese ser preparado teóricamente para crear sociedades positivas por su inteligencia, su capacidad, por todo lo que tiene de positivo, no lo consigue finalmente o lo consigue a medias, o avanza y luego retrocede? (Hay un momento en que la civilización progresa y luego cae bruscamente, y basta con hojear el Libro de la Historia para asistir a la decadencia y a la ruina de civilizaciones que fueron maravillosas en la Antigüedad.) Horacio Oliveira no se conforma con estar metido en un mundo que le ha sido dado prefabricado y condicionado; pone en tela de juicio cualquier cosa, no acepta las respuestas habitualmente dadas, las respuestas de la sociedad x o de la sociedad z, de la ideología a o de la ideología b.

Esa etapa histórica suponía romper el individualismo y el egoísmo que hay siempre en las investigaciones del tipo que hace Oliveira, ya que él se preocupa de pensar cuál es su propio destino en tanto destino del hombre pero todo se concentra en su propia persona, en su felicidad y su infelicidad. Había un paso que franquear: el de ver al prójimo no sólo como el individuo o los individuos que uno conoce sino también verlo como sociedades enteras, pueblos, civilizaciones, conjuntos humanos. Debo decir que llegué a esa etapa por caminos curiosos, extraños y a la vez un poco predestinados. Había seguido de cerca con mucho más interés que en mi juventud todo lo que sucedía en el campo de la política internacional en aquella época: estaba en Francia cuando la guerra de liberación de Argelia y viví muy de cerca ese drama que era al mismo tiempo y por causas opuestas un drama para los argelinos y para los franceses. Luego, entre el año 59 y el 61, me interesó toda esa extraña gesta de un grupo de gente metida en las colinas de la isla de Cuba que estaban luchando para echar abajo un régimen dictatorial. (No tenía aún nombres precisos: a esa gente se los llamaba "los barbudos" y Batista era un nombre de dictador en un continente que ha tenido y tiene tantos.) Poco a poco, eso tomó para mí un sentido especial. 

Testimonios que recibí y textos que leí me llevaron a interesarme profundamente por ese proceso, y cuando la Revolución cubana triunfó a fines de 1959, sentí el deseo de ir. Pude ir -al principio no se podía- menos de dos años después. Fui a Cuba por primera vez en 1961 como miembro del jurado de la Casa de las Américas que se acababa de fundar. Fui a aportar la contribución del único tipo que podía dar, de tipo intelectual, y estuve allí dos meses viendo, viviendo, escuchando, aprobando y desaprobando según las circunstancias. Cuando volví a Francia traía conmigo una experiencia que me había sido totalmente ajena: durante casi dos meses no estuve metido con grupos de amigos o con cenáculos literarios; estuve mezclándome cotidianamente con un pueblo que en ese momento se debatía frente a las peores dificultades, al que le faltaba todo, que se veía preso en un bloqueo despiadado y sin embargo luchaba por llevar adelante esa autodefinición que se había dado a sí mismo por la vía de la revolución. Cuando volví a París eso hizo un lento pero seguro camino. Habían sido invitaciones de pasaporte para mí y nada más, señas de identidad y nada más. En ese momento, por una especie de brusca revelación -y la palabra no es exagerada-, sentí que no sólo era argentino: era latinoamericano, y ese fenómeno de tentativa de liberación y de conquista de una soberanía a la que acababa de asistir era el catalizador, lo que me había revelado y demostrado que no solamente yo era un latinoamericano que estaba viviendo eso de cerca sino que además me mostraba una obligación, un deber. Me di cuenta de que ser un escritor latinoamericano significaba fundamentalmente que había que ser un latinoamericano escritor: había que invertir los términos y la condición de latinoamericano, con todo lo que comportaba de responsabilidad y deber, había que ponerla también en el trabajo literario. Creo entonces que puedo utilizar el nombre de etapa histórica, o sea de ingreso en la historia, para describir este último jalón en mi camino de escritor.

Si han podido leer algunos libros míos que abarquen esos períodos, verán muy claramente reflejado lo que he tratado de explicar de una manera un poco primaria y autobiográfica, verán cómo se pasa del culto de la literatura por la literatura misma al culto de la literatura como indagación del destino humano y luego a la literatura como una de las muchas formas de participar en los procesos históricos que a cada uno de nosotros nos concierne en su país. Si les he contado esto -e insisto en que he hecho un poco de autobiografía, cosa que siempre me avergüenza- es porque creo que ese camino que seguí es extrapolable en gran medida al conjunto de la actual literatura latinoamericana que podemos considerar significativa. En el curso de las últimas tres décadas la literatura de tipo cerradamente individual que naturalmente se mantiene y se mantendrá y que da productos indudablemente hermosos e indiscutibles, esa literatura por el arte y la literatura misma ha cedido terreno frente a una nueva generación de escritores mucho más implicados en los procesos de combate, de lucha, de discusión, de crisis de su propio pueblo y de los pueblos en conjunto. La literatura que constituía una actividad fundamentalmente elitista y que se autoconsideraba privilegiada (todavía lo hacen muchos en muchos casos) fue cediendo terreno a una literatura que en sus mejores exponentes nunca ha bajado la puntería ni ha tratado de volverse popular o populachera llenándose con todo el contenido que nace de los procesos del pueblo de donde pertenece el autor. Estoy hablando de la literatura más alta de la que podemos hablar en estos momentos, la de Asturias, Vargas Llosa, García Márquez, cuyos libros han salido plenamente de ese criterio de trabajo solitario por el placer mismo del trabajo para intentar una búsqueda en profundidad en el destino, en la realidad, en la suerte de cada uno de sus pueblos. Por eso me parece que lo que me sucedió en el terreno individual y privado es un proceso que en conjunto se ha ido dando de la misma manera yendo de lo más (cómo decirlo, no me gusta la palabra elitista, pero en fin...), de lo más privilegiado, lo más refinado como actividad literaria, a una literatura que guardando todas sus calidades y todas sus fuerzas se dirige actualmente a un público de lectores que va mucho más allá que los lectores de la primera generación que eran sus propios grupos de clase, sus propias élites, aquellos que conocían los códigos y las claves y podían entrar en el secreto de esa literatura casi siempre admirable pero también casi siempre exquisita.

[...]

Conviene hacer una cosa bastante elemental al principio que es preguntarse qué es un cuento, porque sucede que todos los leemos (es un género que creo que se vuelve cada día más popular; en algunos países lo ha sido siempre y en otros va ganando camino después de haber sido rechazado por motivos bastantes misteriosos que los críticos buscan deslindar) pero en definitiva es muy difícil intentar una definición de cuento. Hay cosas que se niegan a la definición; creo, y en este sentido me gusta extremar ciertos caminos mentales, que en el fondo nada se puede definir. El diccionario tiene una definición para cada cosa; cuando son cosas muy concretas, la definición es tal vez aceptable, pero muchas veces a lo que tomamos por definición yo lo llamaría una aproximación. La inteligencia se maneja con aproximaciones y establece relaciones y todo funciona muy bien, pero frente a ciertas cosas la definición se vuelve verdaderamente muy difícil. Es el caso muy conocido de la poesía. ¿Quién ha podido definir la poesía hasta hoy? Nadie. Hay dos mil definiciones que vienen desde los griegos que ya se preocupaban por el problema, y Aristóteles tiene nada menos que toda una Poética para eso, pero no hay una definición de la poesía que a mí me convenza y sobre todo que convenza a un poeta. En el fondo el único que tiene razón es ese humorista español -creo- que dijo que la poesía es eso que se queda afuera cuando hemos terminado de definir la poesía: se escapa y no está dentro de la definición. Con el cuento no pasa exactamente lo mismo pero tampoco es un género fácilmente definible. Lo mejor es acercarnos muy rápida e imperfectamente desde un punto de vista cronológico.

La narrativa del cuento, tal como se lo imaginó en otros tiempos y tal y como lo leemos y lo escribimos en la actualidad, es tan antigua como la humanidad. Supongo que en las cavernas las madres y los padres les contaban cuentos a los niños (cuentos de bisontes, probablemente). El cuento oral se da en todos los folclores. África es un continente maravilloso para los cuentos orales, los antropólogos no se cansan de reunir enormes volúmenes con miles y miles, algunos de una fantasía y una invención extraordinarias que se transmiten de padres a hijos. La Antigüedad conoce el cuento como género literario y la Edad Media le da una categoría estética y literaria bien definida, a veces en forma de apólogos destinados a ilustrar elementos religiosos, otras veces morales. Las fábulas, por ejemplo, nos vienen desde los griegos y son un mecanismo de pequeño cuento, un relato que se basta a sí mismo, algo que sucede entre dos o tres animales, que empieza, tiene su fin y su reflexión moralista. El cuento tal como lo entendemos ahora no aparece de hecho hasta el siglo XIX. Hay a lo largo de la historia elementos de cuentística verdaderamente maravillosos. Piensen ustedes en Las mil y una noches, una antología de cuentos, la mayoría de ellos anónimos, que un escriba persa recogió y les dio calidad estética; ahí hay cuentos con mecanismos sumamente complejos, muy modernos en ese sentido. En la Edad Media española hay un clásico, El Conde Lucanor del Infante Juan Manuel, que contiene algunos de antología. En el siglo XVIII se escriben cuentos en general sumamente largos, que divagan un poco en un territorio más de novela que de cuento; pienso por ejemplo en los de Voltaire: Zadig, Cándido, ¿son cuentos o pequeñas novelas? Suceden muchas cosas, hay un desarrollo que casi se podría dividir en capítulos y finalmente son novelitas más que cuentos largos. Cuando nos metemos en el siglo XIX el cuento adquiere de golpe su carta de ciudadanía, más o menos paralelamente en el mundo anglosajón y en el francés. En el mundo anglosajón surgen en la segunda mitad del siglo XIX escritores para quienes el cuento es un instrumento literario de primera línea que atacan y llevan a cabo con un rigor extraordinario. En Francia bastaría citar a Mérimée, a Villiers de l'Isle-Adam y tal vez por encima de todos ellos a Maupassant, para ver cómo el cuento se ha convertido en un género moderno. En nuestro siglo entra ya con todos los elementos, las condiciones y las exigencias por parte del escritor y del lector. Vivimos hoy en una época en la que no aceptamos que "nos hagan el cuento", como dirían los argentinos: aceptamos que nos den buenos cuentos, que es una cosa muy diferente.

Si a través de este paseo a vuelo de pájaro andamos buscando una aproximación, si no una definición del cuento, lo que vamos viendo es en general una especie de reducción: el cuento es una cosa muy vaga, muy esfumada, que abarca elementos de un desarrollo no siempre muy ceñido que a lo largo del siglo XIX y ahora en nuestro siglo adopta sus características que podemos considerar definitivas (en la medida en que puede haber algo definitivo en literatura, porque el cuento tiene una elasticidad equiparable a la de la novela en cierto sentido y, en manos de nuevos cuentistas que pueden estar trabajando en este mismo momento, puede dar un viraje y mostrarse desde otro ángulo y con otras posibilidades. Mientras eso no suceda, tenemos delante de nosotros una cantidad enorme de cuentistas mundiales y, en el caso que nos interesa especialmente, una cantidad muy grande y muy importante de cuentistas latinoamericanos).

¿Cuáles son las características en general del cuento, ya que decimos que no vamos a poder definirlo exactamente? Si hacemos el enfoque primario -o sea el fondo del cuento, su razón de ser, el tema, y la forma-, por lo que se refiere al tema la variedad del cuento moderno es infinita: puede ocuparse de temas absolutamente realistas, psicológicos, históricos, costumbristas, sociales... Su campo es perfectamente apto para hacer frente a cualquiera de estos temas, y pensando en el camino de la imaginación pura, se abre con toda libertad para la ficción total en los cuentos que llamamos fantásticos, los cuentos de lo sobrenatural donde la imaginación modifica las leyes naturales, las transforma y presenta el mundo de otra manera y bajo otra luz. La gama es inmensa incluso si nos situamos únicamente en el sector del cuento realista típico, clásico: por un lado podemos tener un cuento de D. H. Lawrence o de Katherine Mansfield, con sus delicadas aproximaciones psicológicas al destino de sus personajes; por otro lado podemos tener un cuento del uruguayo Juan Carlos Onetti que puede describir un momento perfectamente real -diría incluso realista- de una vida y que, siendo en el fondo una temática equivalente a la de Lawrence o a la de Katherine Mansfield, es totalmente distinto. Se abre así el abanico de su riqueza de posibilidades. Ya se dan cuenta ustedes de que por la temática no vamos a poder atrapar al cuento por la cola, porque cualquier cosa entra en el cuento: no hay temas buenos ni malos en el cuento. (No hay temas buenos ni malos en ninguna parte de la literatura, todo depende de quién y cómo lo trata. Alguien decía que se puede escribir sobre una piedra y hacer una cosa fascinante siempre que el que escriba se llame Kafka.)

Desde el punto de vista temático es difícil encontrar criterios para acercarnos a la noción de cuento, en cambio creo que vamos a estar más cerca porque ya se refiere un poco a nuestro trabajo futuro si buscamos por el lado de lo que se llama en general forma, aunque a mí me gustaría usar la palabra estructura, que no uso en el sentido del estructuralismo, o sea de ese sistema de crítica y de indagación con el cual tanto se trabaja en estos días y del cual yo no conozco nada. Hablo de estructura como podríamos decir la estructura de esta mesa o de esta taza; es una palabra que me parece un poco más rica y más amplia que la palabra forma porque estructura tiene además algo de intencional: la forma puede ser algo dado por la naturaleza y una estructura supone una inteligencia y una voluntad que organizan algo para articularlo y darle una estructura.

Por el lado de la estructura podemos acercarnos un poco más al cuento porque, si me permiten una comparación no demasiado brillante pero sumamente útil, podríamos establecer dos pares comparativos: por un lado tenemos la novela y por otro, el cuento. Grosso modo sabemos muy bien que la novela es un juego literario abierto que puede desarrollarse al infinito y que según las necesidades de la trama y la voluntad del escritor en un momento dado se termina, no tiene un límite preciso. Una novela puede ser muy corta o casi infinita, algunas novelas terminan y uno se queda con la impresión de que el autor podría haber continuado, y algunos continúan porque años después escriben una segunda parte. La novela es lo que Umberto Eco llama la "obra abierta": es realmente un juego abierto que deja entrar todo, lo admite, lo está llamando, está reclamando el juego abierto, los grandes espacios de la escritura y de la temática. El cuento es todo lo contrario: un orden cerrado. Para que nos deje la sensación de haber leído un cuento que va a quedar en nuestra memoria, que valía la pena leer, ese cuento será siempre uno que se cierra sobre sí mismo de una manera fatal.

Alguna vez he comparado el cuento con la noción de la esfera, la forma geométrica más perfecta en el sentido de que está totalmente cerrada en sí misma y cada uno de los infinitos puntos de su superficie son equidistantes del invisible punto central. Esa maravilla de perfección que es la esfera como figura geométrica es una imagen que me viene también cuando pienso en un cuento que me parece perfectamente logrado. Una novela no me dará jamás la idea de una esfera; me puede dar la idea de un poliedro, de una enorme estructura. En cambio el cuento tiende por autodefinición a la esfericidad, a cerrarse, y es aquí donde podemos hacer una doble comparación pensando también en el cine y en la fotografía: el cine sería la novela y la fotografía, el cuento. Una película es como una novela, un orden abierto, un juego donde la acción y la trama podrían o no prolongarse; el director de la película podría multiplicar incidentes sin malograrla, incluso acaso mejorándola; en cambio, la fotografía me hace pensar siempre en el cuento. Alguna vez hablando con fotógrafos profesionales he sentido hasta qué punto esa imagen es válida porque el gran fotógrafo es el hombre que hace esas fotografías que nunca olvidaremos -fotos de Stieglitz, por ejemplo, o de Cartier-Bresson- en que el encuadre tiene algo de fatal: ese hombre sacó esa fotografía colocando dentro de los cuatro lados de la foto un contenido perfectamente equilibrado, perfectamente arquitectado, perfectamente suficiente, que se basta a sí mismo pero que además -y eso es la maravilla del cuento y de la fotografía- proyecta una especie de aura fuera de sí misma y deja la inquietud de imaginar lo que había más allá, a la izquierda o a la derecha. Para mí las fotografías más reveladoras son aquellas en que por ejemplo hay dos personajes, el fondo de una casa y luego quizá a la izquierda, donde termina la foto, la sombra de un pie o de una pierna. Esa sombra corresponde a alguien que no está en la foto y al mismo tiempo la foto está haciendo una indicación llena de sugestiones, apelando a nuestra imaginación para decirnos: "¿Qué había allí después?". Hay una atmósfera que partiendo de la fotografía se proyecta fuera de ella y creo que es eso lo que les da la gran fuerza a esas fotos que no son siempre técnicamente muy buenas ni más memorables que otras; las hay muy espectaculares que no tienen esa aureola, esa aura de misterio. Como el cuento, son al mismo tiempo un extraño orden cerrado que está lanzando indicaciones que nuestra imaginación de espectadores o de lectores puede recoger y convertir en un enriquecimiento de la foto.

Ahora, por el hecho de que el cuento tiene la obligación interna, arquitectónica, de no quedar abierto sino de cerrarse como la esfera y guardar al mismo tiempo una especie de vibración que proyecta cosas fuera de él, ese elemento que vamos a llamar fotográfico nace de otras características que me parecen indispensables para el logro de un cuento memorable o perdurable. Es muy difícil definir esos elementos. Podría hablar, y lo he hecho ya alguna vez, de intensidad y de tensión. Son elementos que parecen caracterizar el trabajo del buen cuentista y hacen que haya cuentos absolutamente inolvidables como los mejores de Edgar Allan Poe. "El tonel de amontillado", por ejemplo, es una pequeña historia de apariencia común, un cuento que tiene menos de cuatro páginas en el que no hay ningún preámbulo, ningún rodeo. En la primera frase estamos metidos en el drama de una venganza que se va a cumplir fatalmente, con una tensión y una intensidad simultáneas porque se siente el lenguaje de Poe tendido como un arco: cada palabra, cada frase ha sido minuciosamente cuidada para que nada sobre, para que solamente quede lo esencial, y al mismo tiempo hay una intensidad de otra naturaleza: está tocando zonas profundas de nuestra psiquis, no solamente nuestra inteligencia sino también nuestro subconsciente, nuestro inconsciente, nuestra libido, todo lo que ahora se da en llamar "subliminal", los resortes más profundos de nuestra personalidad.



domingo, 27 de octubre de 2013

Malinche (El espejo enterrado)




QUESTÃO 95 (ENEM-2013) 

Pero un día, le fue presentado a Cortés un tributo bien distinto: un obsequio de veinte esclavas llegó hasta el campamento español y entre ellas, Cortés escogió a una.
Descrita por el cronista de la expedición, Bernal Díaz del Castillo, como mujer de “buen parecer y entremetida y desenvuelta"', el nombre indígena de esta mujer era Malintzin, indicativo de que habla nacido bajo signos de contienda y desventura. Sus padres la vendieron como esclava; los españoles la llamaron doña Marina, pero su pueblo la llamo la Malinche, Ia mujer del conquistador, la traidora a los indios. Pero con cualquiera de estos nombres, la mujer conoció un extraordinario destino. Se convirtió en “mi Iengua", pues Cortes Ia hizo su intérprete y amante, la Iengua que habría de guiarle a lo largo y alto del lmperio azteca, demostrando que algo estaba podrido en el reino de Moctezuma," que en efecto existía gran descontento y que el lmperio tenía pies de barro.
 FUENTES, C. El espejo enterrado. Ciudad de México: FCQE, 1992 (fragmento),

Malinche, ou Malintzin, foi uma figura chave na historia da conquista espanhola na América, ao atuar como:

A) Intérprete do conquistador, possibilitando-lhe conhecer as fragilidades do lmperio.
B) Escrava dos espanhóis, colocando-se a serviço dos objetivos da Coroa.
C) amante do conquistador, dando origem a miscigenação étnica.
D) voz do seu povo, defendendo os interesses políticos do lmperio asteca.
E) maldição dos astecas, infundindo a corrupção no governo de Montezuma

Pensar la lengua del siglo XXI




QUESTÃO 94 (ENEM-2013) 

Pensar la Iengua del siglo XXI
Aceptada Ia dicotomía entre “español generaI” académico y “españoI periférico"  americano, Ia capacidad financiera de Ia Real Academia, apoyada por la corona y las  grandes empresas transnacionales españolas, no promueve la conservación de la  unidad, sino la unificación del español, dirigida e impuesta desde España (Ia  Fundación Español Urgente: Fundeu). Unidad y unificación no son Io mismo: la unidad  ha existido siempre y con ella la variedad de la Iengua, riqueza suprema de nuestras  culturas nacionales; la unificación Ileva a la pérdida de las diferencias culturales que  nutren al ser humano y son tan importantes como la diversidad biológica de la Tierra.  Culturas nacionales: desde que nacieron los primeros criollos, mestizos y mulatos en el continente hispanoamericano, las diferencias de colonización, las  improntas que dejaron en las nacientes sociedades americanas los pueblo aborígenes,  Ia explotación de las riquezas naturales, las redes comerciales coloniales fueron  creando culturas propias, diferentes entre si, aunque con el fondo común de la  tradición española. Después de las independencias, cuando se instituyeron nuestras  naciones, bajo diferentes influencias, ya francesas, ya inglesas; cuando los  inmigrantes italianos, sobre todo, dieron su pauta a Argentina, Uruguay o Venezuela,  esas culturas nacionales se consolidaron y con ellas su español, pues la Iengua es,  ante todo, constituyente. Así, el español actual de España no es sino una más de las  lenguas nacionales del mundo hispánico. EI español actual es el conjunto de veintidós  españoles nacionales, que tienen sus propias características; ninguno vale más que  otro. La Iengua del siglo XXI es, por eso, una Iengua pluricéntrica.
 LARA, L. F. Disponível em: www.revistaenie.clarin.com. Acesso em: 25 fev. 2013

O texto aborda a questão da língua espanhola no século XXI e tem como função apontar que:
A) As especificidades culturais rompem com a unidade hispânica.
B) As variedades do espanhol têm igual relevância linguística e cultural.
C) A unidade linguística do espanhol fortalece a identidade cultural hispânica
D) A consolidação das diferenças da língua prejudica sua projeção mundial.
E) A unificação da língua enriquece a competência linguística dos falantes. 

Cabra sola



QUESTÃO 93 (ENEM-2013)

Cabra Sola (Gloria Fuertes)

Hay quien dice que soy como una cabra;
Lo dicen lo repiten, ya lo creo;
Pero soy una cabra muy extraña
Que lleva una medalla y siete cuernos.
¡Cabra! En vez de mala leche yo doy llanto.
¡Cabra! Por lo más peligroso me paseo.
¡Cabra! Me llevo bien con alimañas todas,
¡Cabra! Y escribo en los tebeos.
Vivo sola, cabra sola,
-que no quise cabrito en compañía-
cuando subo a lo lato de este valle
siempre encuentro un lirio de alegría.
Y vivo por mi cuenta, cabra sola;
Que yo a ningún rebaño pertenezco.
Si sufrir es estar como una cabra,
Entonces sí lo estoy, no dudar de ello.

(De Poeta de guardia,Barcelona: El Bardo, 1968).

No poema, o eu lírico se compara à cabra e no quinto verso utiliza a expressão “maIa Ieche” para se autorrepresentar como uma pessoa. 

A) Influenciável pela opinião das demais. 
B) Consciente de sua diferença perante as outras. 
C) Conformada por não pertencer a nenhum grupo 
D) Corajosa diante de situações arriscadas. 
E) Capaz de transformar mau humor em pranto

Duerme duerme negrito



QUESTÃO 92 (ENEM-2013)

Duerme Negrito
Atahualpa Yupanqui

(Arrullo)

Duerme, duerme, negrito, 
que tu mamá está en el campo, 
negrito...

Te va a traer 
codornices para ti. 
Te va a traer 
rica fruta para ti. 
Te va a traer 
carne de cerdo para ti. 
Te va a traer 
muchas cosas para ti 
Y si el negro no se duerme, 
viene el diablo blanco 
y ¡zas! Le come la patita, 
¡chacapumba!

Duerme, duerme, negrito, 
que tu mamá está en el campo, 
negrito... 
Trabajando, 
trabajando duramente, 
trabajando sí. 
Trabajando y no le pagan, 
trabajando sí. 
Trabajando y va tosiendo, 
trabajando, sí. 
Trabajando y va de luto, 
trabajando sí. 
Para el negrito chiquitito, 
trabajando, sí. 
Duramente, sí. 
Va tosiendo, sí. 
Va de luto, sí. 
Duramente, sí

Duerme, duerme, negrito, 
que tu mama está en el campo, 
negrito...

http://letras.mus.br/atahualpa-yupanqui/849424/

"Duerme negrito" é uma cantiga de ninar da cultura popular hispânica, cuja letra problematiza uma questão social, ao 

A) Destacar o orgulho da mulher como provedora do lar. 
B) Evidenciar a ausência afetiva da mãe na criação do filho. 
C) Retratar a precariedade das relações de trabalho no campo 
D) Ressaltar a inserção da mulher no mercado de trabalho rural. 
E) Exaltar liricamente a voz materna na formação cidadã do filho. 


La perfecta canción de cuna
Por Gabo Ferro

“Duerme, duerme, negrito” es una canción anónima que Atahualpa trajo, según contaba, de la frontera entre Venezuela y Colombia. Tuvo infinitas versiones: Zitarrosa, Viglietti, Víctor Jara, Mercedes Sosa, pero creo que ninguna versión es mejor o peor que las otras: esta canción es tan buena que se impone sobre su intérprete. Es, sencillamente, una canción perfecta, una canción de cuna, como el acto de dar la teta hecho canción; crea un lugar íntimo, privado, casi secreto de la madre o el padre con el niño, no necesita más. Su economía de recursos impresiona: no precisa instrumentos; alcanza con la voz, cantando bajito, para crear un momento casi epifánico. A su vez, en este caso, la música tiene una rítmica mayor al propio ritmo logrado por el uso de onomatopeyas, ese “¡zas!”, esos “chiquipún-chiquipún”, recursos raros en este género, pero que le dan un anclaje preciso: es una canción que no podría venir de muchas otras partes del mundo.

La letra me alucina. Ahí están la persona que enuncia, aquella a la cual se remite y la persona a la cual se dirige la canción. La que enuncia podría existir o no; suponemos que es otra mujer que está guardando al negrito mientras la madre está ocupada trabajando, trabajando y trabajando. Sabemos que la madre está trabajando la tierra de otro para otro, sabemos que está sola, que es viuda, que está enferma y lejos. Sabemos que no le pagan, pero que de alguna forma va a traerle al niño frutas, cerdo, codornices; le va a traer manjares, regalos como una reina maga visitando a su propio santito. La situación de esta mujer que debe irse lejos de la casa para poder mantenerse y alimentar a su hijo es dramática, pero en la canción no hay espacio para la tragedia decorada sino que se mantiene siempre simple, sencilla. Y ahí reside en parte su genialidad: dentro de esa cáscara de simpleza, de su melodía sencilla y de su aparente austeridad de recursos, “Duerme, duerme, negrito” dice muchas cosas. En unos cuantos versos toca tres cuestiones que comenzaron a tratarse simultáneamente en el cruce de estos últimos dos siglos: raza, clase y género. La clase, en la pobreza de esa mujer que trabaja explotada en el campo. El género, porque son –en apariencia– dos mujeres las que se ocupan del niño. El hombre adulto queda colocado en el lugar del mal, el diablo como hombre maduro, blanco y caníbal: “Te va a comer la patita”, amenaza dulcemente quien le canta al niño. El hombre blanco comerá la patita del negro si no cae dormido. Esa capacidad para decir tanto con tan poco: ésa es la gran gema de la canción. Letra y música en consonancia con el escenario al que remite y con la historia que cuenta. Es lo que tengo como modelo, lo que me gusta laburar en mis canciones, mi deseo. Como artista sería un gil si no aspirara a escribir cosas tan bellas como ésta. No recuerdo haber escuchado la canción cuando era chiquito. Cuando empecé a aprender guitarra me enseñaron a cantar y a tocar con otras canciones, con el folklore más tradicional, con el Yupanqui de “Luna tucumana”. Creo que conocí “Duerme, duerme, negrito” cuando estaba en la escuela secundaria y fue impresionante para mí desde entonces. Pero fue después de haber escuchado y leído otras cosas, en especial después de haber estudiado Historia y de ponerme a trabajar con mis propias canciones, que empecé a pensar en ella cada vez más. Aparecía sola, sin buscarla o buscando otras canciones para crear las mías, buscando referencias, modelos a seguir o a comparar, precedentes para, en definitiva, sentirme en compañía. “Duerme, duerme, negrito” marcó un momento importante para mí como músico. Nunca le hice un trabajo sesudo, ni la convertí en un solemne objeto de estudio: simplemente la disfruto, la pienso, la canto. Me gusta pensarla y mientras más la pienso, más me gusta. Y la vuelvo a pensar ahora y me quedo colgado en detalles como el de la voz de quien la dice, en quién será o si acaso, tal vez, no haya existido nunca. Si no será, simplemente, una narración y al negrito no lo está cuidando nadie, está solo y sólo ha sido nombrado por un diminutivo amoroso que remite al color de su piel y no por su nombre propio.

El hecho de que la canción también sea anónima es hoy un gesto elocuente. En general son los nombres y no la música los que hacen y venden los discos o disponen y ponen en las radios. Darle luz al anónimo es un gesto que corresponde y tira una señal para detenerse a pensar hoy la figura del autor y la industria.

Si nunca me animé a hacer mi propia versión de “Duerme, duerme, negrito” es probablemente porque no se me ocurre que pueda aportarle nada a este tesoro: es una canción que se luce sola y no necesita divulgación. No siento que pueda ofrecerle nada hoy; tal vez cuando sea padre, pero no ahora mismo. Mientras tanto, cada vez que la escucho de nuevo y la canto para mí –yo soy mi propio negrito– se revelan frecuencias que me conmueven; temas como el lugar del hijo, la maternidad y la paternidad tocan fibras atávicas que se corresponden con la especie, con lo que fuimos y desconocemos que aún somos. Imagino que probablemente la canción de cuna pudo haber sido uno de los primeros géneros que creó el hombre cuando descubrió cantar. Tenemos registro de cuándo y dónde nació la ópera, pero no de cuándo y dónde nació la canción de cuna. Imagino a un ser humano –o hasta un homo anterior– hace miles de años cantándole a su crío para paliarle un dolor o para distraer el hambre. Pienso en cuál habrá sido el primer gesto de nuestra primera canción e imagino una melodía relacionada con la contemplación, con la belleza, la muerte, el eros; una de amor, una de guerra y una canción de cuna.

Gabo Ferro estará presentando la edición aniversario en vinilo de Canciones que un hombre no debería cantar, el viernes 15 de abril a las 20.30 en La Trastienda, Balcarce 460.

Testimonio recogido por Radar

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/17-6852-2011-02-20.html

Charge da Prova de Espanhol (ENEM 2013)



TUTE. Tutelandia. disponivel em www.gocomics.com. Acesso em: 20 fev. 2012

QUESTÃO 91 (ENEM-2013)

A charge evoca uma situação de disputa. Seu efeito humorístico reside no(a)

A) aceitação imediata da provocação.
B) descaracterização do convite a um desafio.
C) sugestão de armas não convencionais para um duelo.
D) deslocamento temporal do comentário lateral.
E) posicionamento relaxado dos personagens.

Prova de Espanhol (ENEM 2013)



Hoy domingo 27 de Octubre ha sido el segundo día de la prueba de ENEM para más de siete millones de alumnos brasileños y como siempre he estado todo el día pensando en los textos y en las preguntas que los alumnos que escogieron la opción "español" habrán tenido que responder con la urgencia que se impone en este tipo de pruebas.

Acabo de leer los textos de la prueba en un portal de internet (de cuyo nombre no me acuerdo ahora) y veo y leo y observo que la variedad es la tónica de los avaliadores.

He aquí LOS TEMAS que han aparecido este año:

1º Una viñeta sobre una pelea en los tiempos de internet.

2º La letra de la música: "Duerme, duerme, negrito"

3º Un texto sobre "Malinche" la intérprete azteca del conquistador español Hernán Cortés.

4º Un poema de Gloria Fuertes titulado: "Cabra sola" y 

5º Un texto sobre el "Español del Siglo XXI".

Como podéis ver, es decir "leer", los temas han sido de lo más variopinto. Me ha gustado el texto del escritor mexicano Carlos Fuentes sobre aquella mujer azteca llamada Malinche, y el texto sobre el español hispanoamericano. Los demás los comentaré otro día con más ganas.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Brasil cuenta



El País, Suplemento “Babelia”, Sábado 28 de Septiembre de 2013
Brasil quiere conquistar al mundo con la vitalidad de su cultura y su arte
WINSTON MANRIQUE SABOGAL

Brasil aceleró su viaje al futuro hace veinte años. Y ahora lo alcanza con fuerza ofreciendo una pirotecnia planetaria de las artes. En los noventa, empezó una carrera para impulsar sus diferentes manifestaciones artísticas, apoyar la creación y promover toda su cultura por el mundo. Ese es el momento en el que se encuentra ahora. Sin abandonar, ni renegar de sus tópicos, pero sin dejarse asfixiar por ellos. No quiere seguir siendo prisionero del imaginario colectivo, ni dar solo lo que el mundo espera de él de acuerdo con esa mitología. Ahora el propio país es el principal tema de sus artistas.
Brasil quiere conjurar imaginarios arraigados y por venir. Y ha encontrado una pareja ideal para su esplendor económico: la cultura. Al igual que en lo financiero, en lo cultural todo son cifras gigantes. Los siguientes números lo definen: en la última década ha aumentado un 900% su presupuesto para cultura. Este año el ministerio dispone de 1.153 millones de euros, a los cuales hay que sumarles 800 millones en concepto de incentivos fiscales. Quieren diversificar su imagen y su presencia internacional para, según Rita Beret, agregada cultural de la Embajada en España, “dar visibilidad a otros aspectos de la cultura brasileña, más allá de los tradicionalmente difundidos como son la música popular, el carnaval y el fútbol”.
Brasil quiere conjurar su aislamiento en el mundo. El idioma portugués, cuya musicalidad y sonoridad gusta a todos, ha sido un obstáculo debido a su poco peso geopolítico global. Una manera de potenciar su visibilidad es el nuevo canal internacional Arte 1, dedicado a la cultura, y del reforzamiento del programa de radio The Brazilian Hour, que se emite las 24 horas en cuatro idiomas (portugués, español, inglés, francés).
Cuna del mestizaje étnico y cultural entre los nativos, Europa y África, Brasil ha dado nombres inmortales de artistas como Cândido Portinari y Tarcila do Amaral o escritores como João Guimãraes Rosa y Joaquim Maria Machado de Assis.
El ritmo de su historia empezó a cambiar a mediados de los noventa tras la caída de la presidencia de Fernando Collor, lo que dio como resultado la creación de nuevos modelos de financiación, asegura Walter Salles, uno de los cineastas brasileños más relevantes. El vistazo atrás que hace Salles del pasado reciente sirve para entender este presente: “En 1989, en el instante en que el país pensaba haber redescubierto el camino de la democracia, la cultura brasileña sufre un nuevo trauma con el caos económico y social deflagrado por el Gobierno de Collor. De las 5.000 salas de cine que existían, solo seguirían abiertas apenas 700 cuatro años después de su elección como presidente”. Junto al calvario del cine, las otras artes.
Hasta que se va Fernando Collor. Ahí se produce el cambio de paso y una misión común: “El deseo urgente de repensar la identidad de un país traumatizado por 25 años de Gobierno militar”.
Con el horizonte artístico y de apoyo más despejado, los creadores brasileños, cada uno de manera espontánea, empezaron a acelerar el viaje de su país hacia el futuro.
Literatura: urbes con problemas
Para comprender la nueva realidad brasileña y su reflejo literario se debe acudir a autores como Rubem Fonseca asegura el académico Antonio Maura. “Este mundo urbano por el que deambulan delincuentes, prostitutas, traficantes de drogas, policías corruptos, empresarios sin escrúpulos y matarifes de toda índole y condición son hoy la materia narrativa de muchos de los actuales escritores brasileños como Paulo Lins con obras como Ciudad de Dios.
La emigración como problema y trasfondo de la acción, asegura Maura, está presente en las novelas y poemas de Milton Hatoum con obras como Relato de un cierto Oriente y Dos hermanos; y Tatiana Salem Levy con A chave de casa, que, aunque nacida en Lisboa en 1979, tiene una sensibilidad plenamente brasileña, que enlaza con la personalidad y la obra de Clarice.
Precisamente Lispector es un clásico contemporáneo que gana lectores y prestigio. Se trata, según Ofelia Grande, editora de Siruela de “una autora que cambió la forma de escribir y que llevó el lenguaje hasta sus límites en obras de la mayor sofisticación literaria, pero que también supo ser cercana en sus libros de no ficción dedicados a temas familiares o personales”. Es una parada obligatoria en la narrativa contemporánea.
Música: ritmo y cadencia
La música ha ayudado a moldear la imagen del país en el mundo, y a meterse en el alma de la gente, con un cómplice insuperable: el Carnaval de Río con su colorido y movimientos.
Un mestizaje de celebraciones y músicas amerindias, africanas, portuguesas y europeas esparcidas con la nueva mezcla de emociones y sentimientos de mundos tan distintos como distantes. Samba, choro, maracatu, forró, bossa nova, en seducción imparable desde finales de los años cincuenta y popularizada mundialmente con La chica de Ipanema, con artistas como Vinicius de Moraes, João Gilberto o Caetano Veloso, y en las últimas décadas el rock brasileño.