viernes, 6 de junio de 2014

Caetano, hoy



El País, Domingo 21 de Mayo de 2014

ENTREVISTA
“Se ha creado una imagen positiva de Brasil totalmente exagerada”

Caetano Veloso nunca se ha plegado a lo que se esperaba de él y se reinventa constantemente
Este icono de la cultura brasileña ha tomado un camino que transita con éxito por el rock
Hoy, con 71 años, lucha por mantenerse lúcido y feliz

CARLOS GALILEA 

Desconfía del caetanismo, pero le encanta caetanear. Camaleónico nato, siempre ha sentido la necesidad de mostrar a todo el mundo lo que descubría. Ha trabajado con Pina Bausch, David Byrne y Carlos Saura. Cantó en inglés a Cole Porter, Dylan y Kurt Cobain; en español, Contigo en la distancia y Un vestido y un amor; en italiano, Come prima, y en francés a Henri Salvador. Han grabado sus creaciones desde Beck, Chrissie Hynde y el grupo Beirut hasta Jorge Drexler y Miguel Poveda. Caetano Emanuel Viana Teles Veloso cumplirá 72 años en agosto. Y nos recibe en la habitación de un hotel de Lisboa, la ciudad donde ha comenzado una gira de un mes por Europa, que le va a traer el 29 de mayo a Madrid (Teatro Circo Price) y el día 31 a Barcelona (festival Primavera Sound). Le acompaña un pequeño grupo de rock, la Banda Cê, con tres músicos que por edad podrían ser sus hijos, para presentar en concierto su disco Abraçaço y recordar algunas de sus canciones más queridas.

Dicen que es usted una de las personalidades brasileñas más inexplicables. Yo preferiría ser un poco más explicable [se ríe]. Björk dijo en una entrevista: “No quiero ser entendida. Querer ser comprendida es una arrogancia”. Bien, pues yo siempre quise que me comprendieran.

“Brasil parece un mundo de construcciones que ya son ruinas”… Lo dije inspirado por Tristes trópicos, de Lévi-Strauss, que leí en 1968. Me apasionó. Una de las cosas interesantísimas que escribe es que, en Brasil, las cosas empiezan a ser construidas mal y ya pasan de construcción a ruina sin llegar a la realización, sin completarse.

¿Realmente? Hace un mes, The New York Times publicó un reportaje sobre Brasil en el que fotografiaron grandes puentes, viaductos… Están en ruinas y nunca fueron terminados. Cosas caras. Ahora muchos de esos aspectos negativos salieron a la luz porque no hace mucho se creó una imagen positiva del país totalmente exagerada. Mucha gente celebró que Brasil fuese elegido como sede del Mundial de fútbol y de los Juegos Olímpicos. Miles de personas protestan hoy en las calles. Algunos estadios no están terminados, su precio no ha sido explicado a la población, las transacciones entre el Gobierno y las constructoras no son muy claras y la FIFA no es una entidad internacional que goce de gran respeto ético.

¿Su patria es la lengua portuguesa? Es una frase de Bernardo Soares en el Libro del desa­sosiego, “mi patria es la lengua portuguesa”, que modifiqué un poco en la letra de Lingua al escribir que mi patria es mi lengua. Creo que una de las características más desafiantes e inspiradoras de Brasil es el hecho de hablar portugués. Es el único país de las Américas en que se habla portugués, y un país de dimensiones continentales, en el hemisferio sur, donde vive la mayor población negra fuera del continente africano.Siempre lleno de promesas y siempre fallido. Ese vínculo lingüístico-histórico con Portugal me parece un gran desafío y aumenta nuestra responsabilidad de crear algo original en el mundo. Es una inevitabilidad de la condición del brasileño.

¿Siempre ha actuado como un desestabilizador de consensos? Bueno, eso sucedió, no puedo negarlo [se ríe]. Y sigue ocurriendo. Es difícil, cuando revuelves las cosas en profundidad, que las consecuencias no originen más gestos desestabilizadores. A mí me resulta difícil.

En sus últimos conciertos en España, muchos se sorprendieron al no escuchar sus canciones más conocidas. Alguien llegó a escribir que faltaba bossa nova y sobraban psicodelia y rock. ¿Qué piensa al respecto? Ese comentario se parece a lo que decían los brasileños en 1967. ¿Qué puedo hacer?

No le gustaría vivir fuera de Brasil, pero si se viera obligado solo piensa en dos lugares: Nueva York y Madrid. Así es. Viviría en Nueva York o en Madrid porque en esas ciudades me siento a gusto. Conocí España vía Cataluña. En aquellos años Barcelona era más animada. Madrid tenía el peso, no solo del franquismo, sino de la proximidad de Franco. Igual que las personas en Roma sienten el peso de la cercanía del Papa. Era terrible. Al liberarse de Franco, Madrid se iluminó y se animó. Para mí es como una ciudad brasileña sin las desventajas de Brasil, porque Brasil es un país demasiado desigual con esos abismos de clase y muchas otras cosas terribles. Admiro París, me parece linda, y Roma es una ciudad maravillosa, pero al poco tiempo tengo la impresión de estar en otro momento de la historia. En Madrid siento que es hoy, igual que en Río y en Nueva York.

¿Por qué le gusta tanto la palabra ciudad? Nací en una pequeña ciudad del interior, pero la sensación nítida de que aquello era una ciudad era algo indiscutible para nosotros. Soy de una generación que vio migrar la vida de las áreas rurales a las urbanas. Mucha gente dice que la ciudad trajo estrés a los seres humanos, y que cuanto mayor es la ciudad, mayor el estrés. Estoy de acuerdo, pero brinda una gama mucho mayor de posibilidades.

En Santo Amaro, donde nació, ¿no se sentía para nada al margen? Es curioso porque hoy día se ve mucho más cine comercial estadounidense –salvo en salas especializadas– que cuando yo era joven. Incluso en las grandes ciudades. Hace ya muchos años que no hay cines en Santo Amaro. Nosotros íbamos siempre y comentábamos las películas. Veíamos filmes estadounidenses, franceses, italianos, mexicanos… Escuchábamos Radio Nacional de Río de Janeiro y Radio Sociedade de Bahía y leíamos las revistas que salían cada semana, O Cruzeiro, Manchete… Nos sentíamos en el mundo y en un mundo urbano.

Cuando Moreno [su hijo mayor] era un niño, y estando en Nueva York, le dijo: “Papá, esto se parece a Santo Amaro”. Tomamos un taxi para ir al aeropuerto y, con el fin de evitar embotellamientos, el taxista prefirió pasar por Harlem. Moreno lo dijo al ver que había personas negras sentadas en las puertas de sus casas, conversando.

Con las canciones grabadas en español y en inglés, ¿volvía a Santo Amaro? Cuando grabé Fina estampa y A foreign sound, que son dos discos en lenguas extranjeras, con canciones extranjeras, me refería sobre todo a mi infancia. Parecen discos sobre cosas extranjeras. Y, curiosamente, la gente no lo sabe, pero se lo digo ahora, de toda mi discografía son los dos más basados en recuerdos.

¿Cómo era el universo familiar? En casa éramos un montón y, sobre todo, mujeres. Mi padre vivía con tres hermanas suyas mayores, dos solteronas y una viuda, una hija de la viuda y dos hijas de otra hermana que ya había fallecido y que ya eran de la edad de mi madre. Se casó con mi madre y la trajo a aquella casa. Su primer hijo fue una mujer, el segundo otra mujer y, finalmente, el tercero un hombre. Tres hombres seguidos y ya Bethânia.

El músico y lingüista Luiz Tatit sugiere que sería usted más un artista de la independencia (“poder no hacer”) que de la libertad (“poder hacer”). ¿Qué le parece? Interesante esa distinción. Igual hasta tiene razón [risas].

¿Es importante poder no hacer? Sí. Sobre todo para alguien como yo, que siempre tiene ganas de hacer mucho. Se necesita bastante valor para no hacer. A Augusto de Campos [poeta brasileño], citando a alguien, le gustaba mucho, y todavía le gusta, repetir que de alguna forma la relevancia de un trabajo de creación artística está en aquello que el autor dejó de hacer. Él está a favor de la economía, pero no creo que yo sea buen ejemplo de autor económico.

¿Independiente entonces? Me gustaría mucho ser totalmente independiente [risas].

¿Mejor que el silencio, solo João Gilberto? João ya no debería impresionarme, pero lo hace. El otro día le escuché de nuevo cantando Me chama, de Lobão. También escuché el disco que grabó en México cantando Astronauta [canturrea los primeros compases de la canción]. Parecía que no le hubiese escuchado nunca. ¿Cómo puede sorprenderme tanto? Es increíble la inteligencia con la que usa los recursos artísticos.

¿Recuerda la primera vez que le escuchó? Claro, fue un gran impacto. Yo tenía 17 años. Un compañero me dijo en el instituto que había un tipo que, mientras la orquesta iba para un lado, él cantaba hacia el otro, todo desafinado. “Y como a ti te gustan las cosas locas, creo que te va a gustar”. Me llevó a un club que había en Santo Amaro y me mostró la grabación de João. Me quedé sin palabras. Todo lo que puedo pensar hoy sobre Brasil, nuestra vida, la música, la creación artística o la responsabilidad por las cosas, lo sentí de golpe en el momento que escuché aquello.

Ya cantó y grabó con él. No me sirvió de nada.

Si hasta le produjo un disco… No produje una mierda. Estuve intentando convencerle de que cantase algunas canciones que interpreta y que nunca ha grabado. Y él, cabezón, grabó de nuevo Chega de saudade, Desafinado… Aunque también grabó Segredo, de Herivelto Martins. Le insistí mucho. ¡Y lo que hizo armónicamente con Desde que o samba é samba! No he intentado aprenderlo para no confundirme y sigo tocándola tal como la escribí. Pero le escucho a él y me quedo maravillado.

Hace 100 años, un 30 de abril, nació Dorival Caymmi, otro bahiano revolucionario. En mi opinión, es la figura más intensa, musical y artísticamente, de la música popular en Brasil. Cualquier persona, de cualquier lugar del mundo, de cualquier formación musical, que escuche atentamente aquel disco que reúne las grabaciones de Caymmi con una guitarra, va a entender lo que estoy diciendo. Ya sea un músico de música erudita experimental moderna, un autor de canciones populares, un rockero o un nostálgico de los años treinta.

¿Cómo puede saberse tantas canciones de memoria? De Caymmi me sé unas cuantas. Sé muchas canciones, aunque mi memoria no es tan buena como antes.

¿Tiene necesidad de interpretar canciones de otros? Es verdad que canto muchas canciones de otros. Si estoy en casa y agarro la guitarra para cantar, canto composiciones de otras personas. A las mías no les encuentro la gracia. Únicamente cuando canto para personas a las que les gustan mis canciones. Pero en casa, estando solo, nunca interpreto canciones mías. Me aburre.

Un taxista de Nueva York le dijo que había oído en la radio su grabación de Come as you are, de Nirvana, y que por fin había entendido la letra de la canción. Y me acordé de una frase de Fernando Trueba: “No entendí Help hasta que se la oí cantar a Caetano”. Me impresiona todo lo que sabe Trueba sobre la música brasileña y la mía en particular. Lo que sabe en cantidad y, sobre todo, en profundidad.

¿Y Almodóvar? Pedro es mi amigo y todo un personaje. Representó en cierto modo todo aquel despertar de Madrid con su cine y su personalidad. Siento una enorme admiración por él.

Recuerde alguna anécdota con él. Estaba en Bahía pasando el verano con nosotros. Y en Salvador, el 31 de diciembre, hay una broma muy popular entre los chicos que juegan al fútbol: se visten de mujer con ropas viejas que cogen a sus hermanas o sus madres. Pasamos con el coche al lado de un campo en el que los jugadores llevaban vestidos. Y Pedro miraba aquello y no daba crédito: “Os lo habéis inventado”, decía. Como si lo hubiésemos preparado adrede para él. Yo le decía en broma que parecía que tenía celos de Brasil, de las cosas que pasan allí. Eso me recuerda una vez que Polanski estuvo en Bahía con Jack Nicholson en los años setenta. Fue a mi casa y, nada más entrar y saludarme, se produjo una caída de la red eléctrica en el barrio, y las bombillas parecían brasas en la oscuridad. Y Polanski preguntó: “¿Lo han preparado ustedes para mí?”.

Hace años escribió que su música estaba llena de imágenes invisibles que venían de la gran pantalla… Hay mucho de cine en mis canciones. Ya desde antes, pero en la época del tropicalismo se hace muy evidente porque la propia idea del tropicalismo fue estimulada o desencadenada por la visión de Terra em transe, de Glauber Rocha. Y alimentada por las películas de Godard.

Siendo adolescente le deslumbró La strada y, años más tarde, le puso a una canción el nombre de Giulietta Masina. Tengo su rostro en la cabeza desde que vi la película por primera vez.

“Visión del silencio”, dice en la que dedicó a Antonioni. No pude cumplir el sueño de conocer a Fellini, pero tuve mucho contacto con Antonioni al final de su vida, y fue maravilloso. No hablaba, pero era muy elocuente. Enrica, su mujer, una persona muy comunicativa, tenía una sintonía impresionante con él. Ella hablaba por él, y él dirigía, refinaba la sintonía, con la mirada o con un gesto. Era una cosa muy bonita. Para quien hizo aquel cine, acabar siendo un hombre silencioso, y aun así igualmente comunicativo, es muy significativo. Parece una de sus películas.

¿Nunca le tentó la política como a su amigo Gilberto Gil que ha sido ministro de Cultura de Brasil? La política formal no me atrae. Es necesaria mucha dedicación. Pensar: “Ahora voy a dedicar mi tiempo y mi energía a eso”. Yo no puedo. Necesito dedicarme a actividades artísticas 24 horas al día.

En su disco Abraçaço hay una canción, ‘Um comunista’, para Carlos Marighella, líder de la guerrilla urbana en tiempos de la dictadura. ¿Por qué ahora? Es una cuestión de la respiración histórica del ritmo de los tiempos. Jorge Amado murió queriendo que se levantase un monumento a Marighella en Salvador. Los de la lucha armada contra la dictadura ejercían una atracción a distancia. Y no solo a distancia. Una amiga mía, colega de la Facultad de Filosofía, que en 1968 se metió en la lucha armada, me pidió que prestase apoyo logístico al movimiento. Le dije que sí. Pero nunca hice nada. Supongo que habría sentido mucha angustia. Pocos meses más tarde, Gil y yo fuimos encarcelados. No por eso, porque los militares nunca lo supieron. Lo saben hoy porque lo estoy contando.

Marighella murió acribillado por la policía de la dictadura cuando usted estaba exiliado en Londres. Y salió una fotografía de su cadáver en la misma portada de la revista en la que aparecíamos Gil y yo por primera vez después de la prisión y el exilio. Solo una fotografía porque, con la dictadura, no se podía contar nada. Estábamos Gil y yo sonrientes en el puente de Waterloo, con el Big Ben detrás. Y encima de nuestra foto, un recuadro pequeño con la de Marighella muerto. Yo estaba triste y medio deprimido. Al ver la portada, me deprimí aún más.

También ha escrito Base de Guantánamo, una canción que trata de la violación de los derechos humanos. ¿Le ha desilusionado Obama? Me gusta mucho Obama, me gusta su estilo, y me parece muy significativo que sea presidente de Estados Unidos. Me gusta su inteligencia cuando habla y las intenciones que llega a revelar. Pero noto que no es una personalidad política del tipo que consigue dominar aquellas fuerzas inmensas que constituyen Estados Unidos. Es brillante, pero políticamente resulta relativamente débil. Yo preferiría que fuese más fuerte.

Tiene una columna dominical en el periódico O Globo. ¿De qué habla allí? No consigo redactar algo que tenga un razonamiento organizado. Comienzo a escribir sin saber adónde voy a llegar. Y no llego a ningún lado. Pero quedan allí unas sugerencias. El principio de la pregunta es la parte más importante. Me resistí mucho antes de aceptar, pero el argumento que me pareció más fuerte fue que, si escribía semanalmente, quizás iba a calmar esa historia de las personas que quieren saber qué pienso. Porque ven que soy limitado y que en aquella columna se agota el asunto. Pero me da trabajo escribir cada semana un texto de aquella extensión. No sé cómo lo logro. Escribo a toda prisa, siempre a última hora. No consigo organizarme para escribir el texto durante la semana. Me prometí que escribiría unos cuantos y los tendría de reserva, pero no lo hice. Tengo ganas de parar para poder hacer otras cosas.

Ya ha discutido con presidentes, ministros, periodistas… Sí, con mucha gente. Aunque no fueron peleas. Bueno, a veces sí que lo fueron.

Criticó usted a Lula, y doña Canô [la madre de Caetano, fallecida en 2012, a los 105 años] le pidió disculpas públicamente al presidente. Este la llamó para decirle que no se preocupara, que a él le gustaba la música de su hijo. ¡Vaya con Lula! Fue a visitarla a Santo Amaro dos veces. Me conmovió lo que hizo. Creo que es un gran personaje histórico.

Tanto en Abraçaço en estudio como en su disco en directo se incluye esa canción cuya letra dice: “Estoy triste tan triste / Y el lugar más frío de Río es mi cuarto”. ¿Qué le pasaba cuando escribió esto? Estaba triste… El año 2013 fue más bien triste y ya venía del año anterior. Espero que este mejore.

Con la edad ¿qué es lo que más echa de menos? Siento mucha falta de aquella alegría espontánea del cuerpo de una persona joven. Creo que es algo que todo el mundo siente cuando envejece. Y ventajas… Hay cierta ventaja en no tener que prestar mucha atención a lo que los otros piensan de ti porque ya no estás construyendo una personalidad. Tengo dificultad para vivir mi vida como si estuviese definida ya, aunque no haya mucho tiempo por delante para hacer cosas que… en fin, puede ser que aún haga algo que cambie radicalmente mi vida.

¿La mirada de los demás cambia cuando uno ya ha cumplido los setenta? Sí que cambia. Por un lado es más fácil porque te consideran alguien que ya está establecido en algún lugar, que te gusta o no te gusta, te interesa o no, pero que ya sabes lo que es. Y hay, en la actitud de la gente con los más viejos, un poco de cariño, un poco de respeto y también un poco de desprecio.

¿Sigue pensando que de cerca nadie es normal? De cerca nadie es normal.



Caetano Veloso

(Santo Amaro da Purificação, Bahia, 1942) es hijo de doña Canô y del señor José, y de la Bahía de Todos los Santos de Jorge Amado y Dorival Caymmi, la de rostro ibérico, cuerpo americano y alma africana. Frente a la casa en la que nació hay un pequeño monolito con esta frase en portugués: “Caetano Veloso, muchacho de la tierra, te queremos”. Junto a Gilberto Gil lideró el movimiento tropicalista, ruptura de falsas dicotomías tradición/modernidad, buen gusto/mal gusto, que retomaba el humor, el sentido crítico y el espíritu antropofágico del Movimiento Modernista de 1922. Una propuesta dionisiaca de música, cine, teatro y artes plásticas para agitar conciencias con la fuerza del rock and roll y la elegancia de la bossa nova.

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