domingo, 10 de noviembre de 2013

Incendios de fuego azul



Umbral había hablado del título de este libro antes de publicarlo y parece que iba a ser una novela sobre Madrid y el tardofranquismo, sin embargo aquel proyecto lo olvidó y utilizó el título para una especie de "memorias periodísticas" con muchos nombres propios y algunos amores diurnos. Únicamente destacaría el capítulo dedicado a "Mortal y rosa", donde define el libro como "una anti-novela sobre los itinerarios de la nada".



Aquí os dejo este capítulo íntimo y sincero del Umbral más lírico, enloquecido por un dolor innombrable y absurdo.


FRANCISCO UMBRAL
"Días felices en Argüelles" (2005)

MORTAL Y ROSA
     
No sé ahora quién fue primero, si el niño o el libro. Quiero decir que un niño entrañable o un libro entrañable se instalan en nuestra vida con naturalidad y silencio. Vienen desde siempre y van más allá de nuestro siempre. Uno se encuentra metido en faena, metido en niño, metido en libro sin saber bien cómo ni cuándo. Hay cosas que enriquecen la vida, como un libro o un niño. Los escritores sabemos bien que no es un tópico eso de haber parido un libro o haber escrito un niño. Lo que no comprende uno es cómo su propia vida ha podido llegar hasta aquí sin libro, sin niño, sin   algo.  

A lo que más se parece este dulce intrusismo de las cosas es al amor, claro. El amor no necesita decir su nombre porque ya sabemos que es el amor. Una dimensión enriquecedora de nuestra vida de la que no se sabe, ya digo, cómo habíamos podido prescindir hasta el momento en que aparece.  Yo estaba sentado a mi máquina con toda naturalidad escribiendo de un niño real que primero había sido un niño literario. El niño había traído consigo a la madre como un gato trae otro si nos hemos portado bien con él.  

A la madre, sí, la trae el niño, el hijo, y no a la inversa. La madre no tiene cualidad de madre hasta que no se la da el hijo. Éstas son reflexiones que hago ahora sobre mi libro, pero creo más o  menos que la cosa fue así. Tampoco sé cómo empecé a escribir el libro, Mortal y rosa, y cómo Pedro Salinas, el único 27 con el que no me había comunicado nunca, me hizo llegar esos dos   versos luminosos y absolutamente certeros, de los que a mi vez pude sacar el título del libro. Sólo recuerdo que escribía sonámbulo, por las noches, con mucho valium, a solas en la casa. Una traductora del libro al francés me dice que la frase que más le impresionó fue ésta: «Estoy oyendo crecer a mi hijo.» Estaba oyendo crecer a un niño, al mundo, a la noche, a esa cosa maternal que tiene la luna cuando se queda preñada. El libro iba creciendo mientras lo demás iba muriendo. El  libro ocurre en una casa, en un hospital, en una playa y poco más.     

Por el libro pasan los tucanes y todas esas aves acuáticas de las que dijo Quevedo, por el exceso de su pico, todo tú eres cuento de niños. Por el libro pasan los montones de fruta como incendios de fuego azul, los niños aplastados por una camioneta, los parques alegres con una alegría un poco cementerial, los caballos de peluche, que son los que más corren, y los señores austeros, de bata  blanca, que calculan con una varita en la mano la duración del día, la duración de una vida. Por el libro paso yo, desesperado o dormido de valium y cansancio, por el libro pasa la madre, pasa una   madre, pasan todas las madres en vela, por una razón o por otra, y todas son madres del niño que se   duerme en una mecedora. Yo soy más madre que todos los padres.     

Cuando recibió el paquete, Vergés, el editor, me dijo «esto sí que había sido un Premio Nadal». Pero el Premio Nadal ya me lo había dado y el hombre no sabía qué darme a cambio de un libro que  le emocionaba tanto. Sin embargo, Mortal y rosa no fue una revelación, un estallido, nada   inmediato, sino que se fue abriendo paso poco a poco y yo esto lo advertía por los conocidos y desconocidos que cruzaban la calle para felicitarme. Las mujeres, directamente, lloraban. De entre los hombres, recuerdo a Carlos Saura como el más conmovido, emocionado y contento con el libro.  «Qué bien, Umbral, que hayas hecho este libro, qué alegría me has dado, qué bien para todos.» En todo entusiasmo personal hay siempre unos elementos diversos que llevan al estado de sinceridad y   comunicación. La primera traducción de Mortal y rosa me la localizó Pitita Ridruejo en una librería de Nueva York. Luego han venido todas las demás traducciones, tesis, estudios, ensayos, cosas. Me  avergüenza todo lo bueno que se dice de este libro porque yo sólo pretendía hacer el diario íntimo   de un niño y sus tucanes.     

Hay unanimidad, esa unanimidad sincera que se da en la vida, pero no en la política, en torno a   un libro mortal y rosa donde dejé rubricada para siempre la muerte y la rosa, la infantil muerte color de rosa.     

Tengo traducciones al holandés de este libro y también a otros idiomas, y lo que me asombra es que la sensibilidad humana sea tan unánime y lo que emociona en Amsterdam pueda emocionar igualmente en París o Madrid. Así pues, es un libro que me permite creer en la unanimidad del bien, aunque en sus páginas se predique con mucha insistencia el mal.  

Por fin la literatura sirve para algo cuando a mí me fascinaba por su inutilidad. Sirve para que las   gentes de cualquier país lean y sientan y vivan y mueran lo mismo que las gentes de otro país. A partir de ahí podríamos entendernos un poco, digo yo, me parece a mí. Mortal y rosa salió en 1975 y su vigencia es creciente. Ayer mismo he recibido otra traducción al francés de manos de una traductora belga. Los hombres se limitan a gestionar la traducción de lo que les gusta, pero las mujeres, además, te comunican o te devuelven todo lo que les ha dado el libro.  

Un crítico literario diría que Mortal y rosa es la antinovela lograda porque cuenta los itinerarios de la nada para resolverse en nada absoluta. Lo dejo para otro día, pero quizá siga escribiendo cosas  sobre Mortal y rosa porque el libro tiene más vida que yo.   

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